Todo empieza con una mano, detenidamente miras los canales de tu mano, las líneas que cuentan tu vida, esa que una vez narraron una larga enfermedad acompañada de amor. Esas causes, que marcan líneas paralelas que se ramifican. Trascendes esas líneas y te internas en las más subterraneas y miles, y todas ellas tan propias y a la vez tan desconocidas, son tuyas y no te pertenecen. Y un poco más allá de ellas, si las estiras y la contraes, y repetis el movimiento, como un ejercicio hecho a tu voluntad pero a la vez externo, impropio, guiado por una necesidad, empezas a ver la sangre que está en tu mano, pequeños puntos blancos y rojos que pueblan tu mano y se superponen a las lineas olvidadas pero presentes. Y esos puntos conducen, se ramifican por el brazo, y se deslizan a través de todo tu cuerpo.
Ahí, concentrándote en tu mano, aparece la percepción de que entraste desde afuera a tu cuerpo, estabas adentro, simpre lo estuviste aunque a veces fuera ajeno, pero ahora re-entraste desde tu mano. Una verruga que hay en tu dedo te saca del interior de tu cuerpo, quizás hubieras navegado por tus venas en un barquito, en una balza de madera como lo hiciste un día escuchando un relato en el que había ventanas y un camino y se oía un violín. Ese día anduviste en una canoa que te llevó por los interiores de cavernas oscuras, el navegar era plácido, estabas acostada y en paz. Y la marea te iba deslizando por las aguas en un clima oscuro y rojizo y atravesabas las cavernas.
Ese mismo día, en ese mismo momento, en ese mismo viaje, comprendiste que estamos hechos de materia y de energía y viste como se cruzaban fantasmas, como se cruzaban muertos y era lo que había quedado de todos ellos en el aire. Se cruzaban al lado de nosotros, al lado tuyo, a través tuyo. Cómo eso en la atmósfera también formaba un árbol, el que estaba al lado de donde estabas caminando, donde te cruzabas con todos esos otros. Y ese árbol tenía restos de nosotros y de la manzana que de allí cayera por el símbolo de entender algunas cosas, o por la importancia de la manzana. Fruta de la gravedad y del deseo. Esa manzana estaba formada por los que fueron y por el árbol y entra en tu organismo, y eso, nada se pierde entonces, todo se transforma. Ahí entendiste cosas, que parecieron estar allí desde hace mucho tiempo, llegaban como informaciones nuevas pero cargadas de vivencias pasadas. Un entendimiento más allá del entendimiento, en el medio de gente acostada en el piso compartiendo el relato y el violín.
Esto fue bastante tiempo después de enfrentarte con esa verruga, eso ya fue en una ciudad, pero creiste estar de viaje. Pero en el tiempo aquel del pasado, fijaste tu mirada en la verruga, que brotaba en el dedo de tu mano que crees era la derecha, pero no estás segura, podría ser cualquiera de las dos en todo caso. Pero el origen de la verruga parece darte la pista de que era la derecha, de hecho, si recordas que te salía de escribir, pero también de otras cosas un poco menos mecanicas que agarrar con tanta fuerza una lapicera, aunque quizás esas cuestiones se traducían en la forma que agarrabas la lapicera y por eso te salían. En realidad te salían en estados de nerviosismo, como en vez de sacar lágrimas o condensar lo que podria haber sido en una expresión de lo real, se condensaran en capas de piel o de una materia desconocida al lado de tu dedo. Allí también pensaste que en esa verruga se condensaban las enfermedades, quizás acordandote de esas lineas de tu vida, que unos días antes te leyeron, allí había también una forma de ver el mundo. Hasta tal punto pensaste en ello a la vez con la imposibilidad de pronunciarlo en palabras, te llevaste la mano a tu boca y con los dientes destruiste la verruga, desesperadamente, desaforadamente, como si en ello se fuera todo, como si ello resumiera, ese acto de destrucción, aquello que adosado a tu cuerpo, era el lastre que venias arrastrando y te querías sacar de encima. Pero para ello faltaría tiempo aún, o todavía falta. Las verrugas no te volvieron a salir.
Despues de un rato, pasaron minutos o años en el medio, además de una canción que escuchabas, dulce, sonando de un alma amiga, hermana, llego hasta tu mano, una birome. O un lapiz creo o sin embargo pudo haber sido un palito que estaba apoyado en la tierra, allí en la selva, al lado de rio, cubierto todo de árboles donde te encontrabas. Lo mismo daba casi saber qué era, sino sentir que eso era. Sentir que quizás a eso habías venido, a contar, a escribir, a ser testigo, a narrar. O simplemente a entender algunas cosas. Tuviste en un momento un ráfaga de estado de lucidez, ahora te acordas que además habías creado una especie de hogar en miniatura donde habia un niño, donde te supiste madre. Pero eso quizás fue antes de que te llegue la lapicera y la certeza de contar historias, o aunque sea una. Y mucho tiempo después supiste que empezaría dicendo que todo empezaba con una mano.
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