Ahí cruzando el mar, tan cerca y tan lejos. Saliendo del viejo mundo para entrar en un mundo otro, ya incomprensiblemente anterior o no, en ese tiempo paralelo que no necesariamente fue ayer ni mañana. Un mundo otro, un tiempo otro que nos remonta al nuestro. Distinto e igual, extrañamiento y empatía, desconocer y encontrarse en el rozar de los cuerpos y las miradas. Venir desde allá lejos para reconocernos familiares. Dónde esta ese punto de encuentro de realidades tan lejanas, de historias diversas, ambos somos Otros de Unos. En el medio de todo esto un lugar común, en el sentido de compartido. El espacio, que se abre, el espacio público, transitado, popular, múltiple e indefinido. Allí como en el carnaval donde se trastocan las identidades, o se construyen otras, la fiesta, el divertimento, la música, el baile. En medio de la rosada ciudad se abre ese lugar. Encrucijada. Laberinto de olores, de sabores, de sonidos. Encantadores de serpientes, dentistas, narradores de relatos ancestrales, músicos frenéticos, comedores de vidrio, tatuadores, astrólogos, aguadores, médicos tradicionales. Y una música continua nos va arropando desde la plaza mientras nos dormimos en la terraza vecina sobre una alfombra mágica que da vueltas en medio de toda su maravillosa locura a la vez que nos envuelve y nos transporta. Una voz que sale de la torre y nos asusta con su tono inconfundible y la incomprensión de sus palabras, se va mezclando con el sonido musical perpetuo, hipnótico, infinito hasta el amanecer. Pues me parece haber estado ahí antes, pero en otras geografías, antes pero en tiempos indefinidos, antes pero en los mismos sueños, empapada de sus mágicas energías. También estuve allí, en una terraza desde donde se podía ver la ciudad, una muy distinta.
martes, 18 de noviembre de 2008
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